Por Alfonso Tejeda
Las más de tres millones y medio de botellas plásticas recolectadas por el ayuntamiento del Distrito Nacional en la quinta versión de “Plástico por juguetes”, más allá de la satisfacción que provocó a las autoridades, debe convertirse en accionar cotidiano desde el que la municipalidad y la alcaldía protagonicen una cultura de colaboración en el manejo ciudadano.
Como producto, el plástico es imprescindible en el diario vivir, pese a los daños que provoca en el medio ambiente, dada su dificultad para descomponerse y los precarios resultados de su adecuado manejo, por lo que se hace necesario implementar todas las estrategias y disposiciones posibles para reducir los efectos contaminantes a la fauna marina, el deterioro de suelos, el envenenamiento de las aguas subterráneas y disminuir las graves consecuencias para la salud humana.
La complejidad del uso y manejo adecuados está en la agenda de organismos multinacionales, de algunos gobiernos, de entidades protectoras del medio ambiente, de universidades, científicos, comunidades y muchos/as personas que han entendido la urgente necesidad de modificar la administración de ese recurso, para lo cual se precisa también de la participación individual guiada por una concienciación del problema y cómo enfrentarlo.
En el país cada vez más se incrementa el sentir de esa necesaria concienciación para un manejo adecuado en el uso del plástico, como elemento del medio ambiente, y aunque hay muchas entidades gubernamentales, comunitarias, sociales, académicas y empresariales involucradas en esos esfuerzos, la demanda de iniciativas nuevas y aportes concretos son impostergables.
Por eso, desde el ayuntamiento del Distrito Nacional, la alcaldesa Carolina Mejía debe considerar como “eje” de su administración integrar el reciclaje del plástico en el servicio de la recogida de desechos sólidos y en la disposición final de ese material, para lo cual tiene opciones educativas y económicas que pueden conectar con la ciudadanía, incrementando la participación y la colaboración de los munícipes y la municipalidad.
En un reciente reportaje del diario El País, el más importante en español, explica cómo se maneja ese proceso en la ciudad de Nueva York, metrópoli a la que estamos tan ligados:
“El reciclaje en el Estado de Nueva York es un proceso en cadena. Primero, el consumidor deja su botella o lata en el bote de basura azul para materiales reciclables. Luego, los recicladores independientes, recolectan el material y lo llevan a un centro de retención… en donde les pagan 5 centavos por unidad. Allí categorizan los materiales recibidos por marca, tipo de contenedor y tamaño para venderlos a los distribuidores, que pueden ser las empresas que fabrican el contenedor de la bebida, las que las venden, o las embotelladoras, que les pagan 8,5 centavos por contenedor y lo mandan a fábricas que los transforman”.
En la de la ciudad de Santo Domingo es notoria la presencia de desechos plásticos a todo lo largo de las cuadras, que con un programa de reciclaje por paga ayudaría a recolectar esas botellas y vasos que lanzan en las calles, reportaría una entrada económica a quienes se dediquen a esa tarea y contribuiría a un mejor y más saludable entorno ambiental, además de eficientizar el servicio de recogida de la basura.
Cuando en junio de 1969 Neil Armstrong puso un pie sobre la superficie lunar, proclamó que esa acción era “un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”, alcance, que, con las debidas distancias, si implementa el reciclaje, Carolina Mejía podría emular esa experiencia, y a partir de una pequeña disposición administrativa, dar un gran salto en la gestión municipal.